Tranquilo. No se trata de ninguna enfermedad vírica ni similar… por el momento. Se trata de una de las redes sociales de más reciente aparición, y de gran éxito entre los llamados millennials Su seña de identidad es el carácter efímero de sus mensajes. Es habitual que los adolescentes intenten ir allá donde no estarán sus mayores. Adonde no sentirse controlado. Seguro que usted ya tiene una cuenta en Facebook. Quizás en Twitter. E incluso si tiene una vena geek tendrá otra en LinkedIn y a lo mejor hasta en Flickr, Skype, Google+ o Instagram. Y por supuesto que a estas alturas ya tiene dominado el WhatsApp.
Las redes sociales nos permiten acceder a un universo infinito de información, perfiles interesantes, contenidos novedosos, ventas online y nos aportan muchos aspectos positivos. Pero sobre todo nos facilitan mantenernos conectados.
Y es que si en algo ha influido la tecnología es en que ha cambiado profundamente la manera de relacionarnos. Allá por los años 90 (sí, ¡hace 30 años!) donde las conexiones no eran always on, y usábamos ruidosos módems para conectarnos a Internet a través de nuestra línea telefónica, muchos ya pasábamos buenos ratos conversando con usuarios de cualquier lugar del mundo a través de un servicio llamado IRC (Internet Relay Chat). Se trataba de un servicio organizado en canales acerca de una determinada temática y donde se charlaba, se discutía (incluso airadamente) y que en muchas ocasiones era la vía más rápida para la difusión de noticias en tiempo real, como sucedió en la primera guerra del golfo allá en 1991. Eso sí, sin “efectos especiales”. Por extraño que le pueda parecer, es un servicio aún en activo, aunque quizás reducido a una minoría. Más de uno sentirá nostalgia cuando lea estas líneas.
Cuando no disponíamos de conexiones en nuestras casas, utilizábamos las de la Universidad, o la de nuestro trabajo. Hasta el boom de los cibercafés. Esos lugares donde bajo la idea de pago por uso, nos permitían conectarnos a Internet a alta velocidad. Y es que se podía descargar el correo electrónico, jugar en red, y conversar con otras personas conocidas o no. Incluso realizar una videoconferencia. Eran los tiempos del ICQ (I seek you, aquella aplicación de la florecita) y sobre todo del MSN Messenger. La integración de Messenger en Windows contribuyó notablemente a su difusión. Fueron las primeras aplicaciones de mensajería instantánea. Aunque no se limitaban al mero intercambio de mensajes de texto: proporcionaban un nivel mayor de interacción entre usuarios al permitir el uso de dispositivos de audio y vídeo como la cámara web. También incorporaban elementos personalizables y nuestros queridos emoticonos :`D. Messenger no fue la única, ya que hubo otros intentos por parte de otras empresas como AOL o Yahoo!. Estas aplicaciones hicieron que jóvenes y no tan jóvenes perdieran muchas horas de sueño (y de trabajo), chateando hasta altas horas de la madrugada. Quizás abrieron las puertas a un gran nicho de mercado en pleno apogeo en nuestros días: las redes sociales de contactos. Messenger evolucionó hacia Windows Live y ésta posteriormente hacia Skype. Otras, murieron en el camino.
En ese momento, las redes sociales ya habían llegado a nuestras vidas. Geocities se considera la primera red social tal y como las conocemos hoy. En su diseño original, los usuarios seleccionaban “un barrio” donde alojarían su página web de forma gratuita. Luego llegó MySpace que ya incluía la creación de perfiles como la entendemos hoy. Pero en tecnología para que una idea triunfe hace falta, que además de ser una gran idea, llegue a nuestras vidas en el momento adecuado. Y eso hizo Facebook. Sin duda, el gran mérito de Facebook es la socialización de las redes sociales. Y es que ¿quién no tiene una cuenta en Facebook? Jóvenes, padres y abuelos unidos en una misma red social. Haciendo una adaptación del dicho: “Si no estás en Facebook, simplemente no existes”. Estudios recientes de la AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) arrojan que más de un 85% de los usuarios de internet en España, tienen un perfil en Facebook seguida, con empuje creciente, por Instagram. Y también el preocupante dato de que más de un 15% de los usuarios pasan al día más de dos horas en las redes sociales. Casi todos los jóvenes reconocen que el uso de las redes sociales les roba horas de sueño o estudio.
Nuestros jóvenes, niños y niñas, cada vez se incorporan a edades más tempranas a las redes sociales, en busca de nuevos contenidos y nuevas formas de relación. Todo ello pese a que aplicaciones como WhatsApp prohíben explícitamente en sus condiciones de servicio, la utilización por parte de menores de 16 años. Consumen contenidos multimedia a través de internet utilizando YouTube. Y es que la llamada generación Z la prefiere a la televisión. Se relacionan con sus iguales, están al día, están siempre online a través de redes como Instagram, Tumblr o Snapchat. Dependiendo de la franja de edad unos preferirán una red y otros, otra. Actualmente Instagram es la preferida entre los más jóvenes para iniciarse en el mundo de las redes sociales. Con la reciente adopción de características “robadas” a otras redes como la realidad aumentada o las historias, Instagram ha ganado adeptos en detrimento de Snapchat. Pero no importa qué red. Hoy será una y mañana otra. (¿Alguien se acuerda de Tuenti?) Lo que está demostrado es que es imposible frenar la necesidad del niño preadolescente de estar conectado. La necesidad de sentirse aceptado por el grupo. De gustarse a sí mismo. Las redes sociales ofrecen nuevos espacios donde relacionarse aislándose del mundo de los adultos. Y nos permiten proyectarnos como nos gustaría ser, no como realmente somos.
Distintos estudios han puesto de manifiesto que estas tecnologías son adictivas y que pueden derivar en problemas de concentración, problemas de autocontrol e incluso fracaso escolar. Es necesario poner un punto de sentido común y de vigilancia en su utilización. Y es ahí donde los educadores y tutores debemos ejercer nuestra labor tomando conciencia y haciéndoles conocedores de los riesgos de su utilización.
Todo para que no se convierta en una enfermedad… de momento